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Desde lo alto del morro, Martín se sentaba cada tarde en el alféizar de su ventana, dejando que sus pensamientos se perdieran en el horizonte donde el mar abrazaba la playa. El murmullo distante de las olas actuaba como un llamado nostálgico, evocando recuerdos de lugares y momentos que había dejado atrás.
Con el libro “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez en sus manos, Martín se sumergía en las palabras que describían Macondo, un lugar lleno de magia y realismo mágico. “Las cosas tienen vida propia”, pensaba, mientras observaba cómo las olas rompían suavemente en la costa, recordándole la efímera naturaleza de los momentos.
Sus ojos se desviaban hacia un viejo álbum de fotos que reposaba en una mesa cercana. Cada imagen era un portal a un tiempo pasado, a lugares y personas que habían dejado una huella imborrable en su corazón. Recordó las palabras de Jorge Luis Borges en “El Aleph”: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río”.
Entre sus recuerdos, Martín anhelaba reencontrarse con esos lugares que una vez había visitado. Quería sentir nuevamente la arena entre sus dedos, escuchar el susurro del viento entre las palmeras y sumergirse en las aguas cristalinas que tanto añoraba. “La playa es un mundo lleno de secretos”, reflexionaba, mientras recordaba los días de juventud y aventura.
Sosteniendo “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry, Martín encontró consuelo en las palabras que hablaban sobre la esencia de la vida y la búsqueda de lo esencial. “Solo con el corazón se puede ver correctamente; lo esencial es invisible a los ojos”, murmuró, entendiendo que los verdaderos tesoros de la vida no se encuentran en lugares distantes, sino en los recuerdos y emociones que llevamos dentro.
Al caer la noche, con la brisa marina acariciando su rostro, Martín cerró los ojos y se permitió soñar. Sabía que, aunque el tiempo y la distancia separaran físicamente esos lugares de su presente, siempre llevaría consigo la magia y la belleza de cada momento vivido.
Así, desde lo alto del morro, entre sueños de mar y recuerdos, Martín encontró la paz y la serenidad que tanto buscaba, entendiendo que, aunque el pasado y el presente estuvieran separados por la distancia, estaban eternamente conectados en el corazón de aquellos que aman profundamente la vida y sus misterios.